Llegaste a este mundo llorando como casi todo bebé, en señal de que todo estaba bien: tus pulmones, tu voz y tu ser. Pero cuando supimos que todo estaba perfecto, decidiste llorar un tiempito más, como queriendo ya decirnos algo, aunque no sabíamos qué. Pensamos que era dolor, e hicimos lo imposible por calmarlo. Pero el llanto persistió. Con el tiempo ese mensaje se fue volviendo claro, y retumbaba en las paredes de toda la casa: no estabas de acuerdo con estar acá, te sacamos de tu mundo para meterte en este gigante planeta de seres grandes y apurados sin tiempo para lo que importa de verdad. Te metimos a “prepo”, porque nosotros teníamos ganas. Te sacamos tu mundo perfecto, donde el lugar era todo tuyo, la vida hermosa y los días cómodamente eternos. Y nos lo hiciste saber. Día tras día. Noche tras noche. Cada una más empapada en lágrimas que la anterior. Noches interminables de gritos tan desgarradores como ensordecedores. Pero uno de esos días, con las ojeras ...