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Fran

Llegaste a este mundo llorando como casi todo bebé, en señal de que todo estaba bien: tus pulmones, tu voz y tu ser.
Pero cuando supimos que todo estaba perfecto, decidiste llorar un tiempito más, como queriendo ya decirnos algo, aunque no sabíamos qué.
Pensamos que era dolor, e hicimos lo imposible por calmarlo. Pero el llanto persistió.
Con el tiempo ese mensaje se fue volviendo claro, y retumbaba en las paredes de toda la casa: no estabas de acuerdo con estar acá, te sacamos de tu mundo para meterte en este gigante planeta de seres grandes y apurados sin tiempo para lo que importa de verdad.
Te metimos a “prepo”, porque nosotros teníamos ganas. Te sacamos tu mundo perfecto, donde el lugar era todo tuyo, la vida hermosa y los días cómodamente eternos.
Y nos lo hiciste saber.
Día tras día.
Noche tras noche.
Cada una más empapada en lágrimas que la anterior.
Noches interminables de gritos tan desgarradores como ensordecedores.
Pero uno de esos días, con las ojeras en los tobillos y el cansancio en los hombros, supimos conocer tu sonrisa. Fueron milésimas de segundos, casi imperceptible para el ojo humano, pero para nosotros fue la moneda que pagó todo. Todo el esfuerzo, el cansancio y el dolor habían quedado perdidos en un tiempo lejano que ya no recordábamos.
Y fue entonces que con tu mamá, nos decidimos a convencerte de que este mundito nuestro, dentro de ese gigante mundo al que llegaste, podía ser hermoso.
Y fue así que Mamá con caricias y besos seguía arrancándote sonrisas cada vez más duraderas. Yo con mis manos te seguía sosteniendo como si fueras de seda, y te cantaba a las noches hamacándote para que conciliaras el sueño. Las sonrisas comenzaron a despertar. Pasó el tiempo, y tu tranquilidad era mayor, pero no lográbamos que tu paz fuera total.
Otra vez la desesperación le ganaba a la alegría.
Hasta que algo más poderoso que cualquier otra cosa te dio la paz que estabas buscando. Te terminó de convencer de que tal vez, este mundo podía ser perfecto.
Lorenzo, tu hermanito, pasaba su mano por tu cabeza, mientras decía: “tranquila Frany Frany”.
Y ahí ese sentimiento te golpeó como un rayo. El Amor de hermanos terminó de convencerte.
Lo sé.
Lo sé porque hoy veo tus ojos siguiéndolo para donde vaya y tu boca explotando en carcajadas cuando él te canta.
Ya ni restos quedan de aquellos gritos y llantos trasnochados. Solamente sonrisas, risas y besos perduraron.
Imagino que cuando nadie los ve, se hablan de lo mucho que se quieren, y de cómo, estando juntos, no hay nada que pueda pararlos.

Te imagino diciéndole en secreto y al oído a tu hermano: “ni loca me voy de acá”



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