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¿En las malas mucho más?

             




              “¿Te parece hacer ese cambio Pelusso?” Y se desató la hecatombe. Un hombre de unos treinta años gritaba ésto de manera histriónica al director técnico del Club Nacional de Football desde la tribuna José María Delgado, a unos cinco metros detrás del DT albo, en una butaca paga por un socio que abona, además, mes a mes una cuota. Perdiendo 1 a 0 contra Atlético Nacional de Medellín, a la susodicha persona no le parecía correcto que Rafael García abandonara el terreno de juego, y se lo hizo saber al cuerpo técnico y a todos quienes estábamos ubicados a su alrededor.

                Desde que tengo memoria ir al estadio es un sustituto barato de un psicólogo, o al menos en parte. Uno tiende a sacarse las broncas y las decepciones aullando incoherencias (o no) a los jugadores, jueces, técnicos y demás. Es parte del folklore de ir a una cancha. Podemos estar o no de acuerdo con lo que se grita (no hablo de cantos racistas o sobre personas muertas que todos debemos fervientemente rechazar), o tomárnoslo con más calma el partido o hasta con gracia. Ya venimos acostumbrados (lamentablemente) a quedar fuera del máximo torneo continental en las primeras etapas, y no solo hablo de Nacional.

                Podemos estar de acuerdo o no en lo que alguien grita en el Parque Central o en el Estadio o en cualquier cancha de fútbol, pero en lo que tenemos que estar de acuerdo es en el derecho de esa persona a gritar lo que quiera o le parezca al aire, dentro de los términos mismos del fútbol. Si es censurado por otro hincha o concurrente esa noche, quedará entre ellos dos el cómo resolverlo o discutir o no quien tiene razón (si es que alguno la tiene)

                “¿Te parece hacer ese cambio Pelusso?” Y de la nada aparece un señor con chaleco naranja y un número en la espalda, salta un tejido y con el gesto de la palma de su mano hacia abajo, subiendo y bajando la misma expone un: “¿vamos a tranquilizarnos?” como una madre a sus dos hijos que pelean entre sí por un juguete. Otro hincha expuso su caso: “¿Tranquilizarnos lo qué? Yo pago esta butaca y todos los meses el recibo de socio, y ahora ¿no puedo gritar lo que quiera? ¿desde cuándo?” El juego transcurrió y unos cinco minutos después ya eran seis los enchalecados sentados cerca de los “inadaptados” que gritaban opiniones sin insultar. “Vamos a gritarle a los otros, no a los nuestros” dijo uno de los anaranjados. ¿Perdón? ¿A los del cuadro contrario? ¿A los que tienen más la pelota y la saben pasar a los de camiseta de mismo color? ¿a los que están ganando un partido de visitante a falta de 10 minutos para terminar? No señor, a ellos hay que aplaudirlos o al menos reconocer que lo están haciendo mejor que los nuestros. Al parecer está bien visto insultar al contrario y tratarlo como un “negro inservible”, solo por el hecho de que juega en otro cuadro.

                Parece ser que la censura llegó a su punto más crítico. Un grupo de hombres percibe un sueldo para asegurarse de que los plateistas (que en parte pagan su sueldo) no puedan gritar cosas en contra del director técnico, quienquiera sea el mismo, o los jugadores. Estos seres sustentados por el mismo club y su presidente generan la violencia por la que después nos quejamos, porque es un acto violento que alguien perteneciente al club mande callar a un hincha por decir lo que piensa. Es como que en el estadio, con 60 mil personas, nos lleven presos por gritarle “corré un poquito” a un jugador, o que se aproxime un uniformado de nuestro club a preguntarnos: “disculpá, ¿a quién le dijiste eso?, si es a alguien del equipo contrario está bien, pero si es a alguien del nuestro voy a tener que llevarte detenido por decir lo que pensás en un espectáculo público al cual estás pagando una entrada” En Inglaterra desarraigaron a los “hooligans” de los campos de fútbol, pero ellos pegaban, insultaban y mataban gente, en cambio a nosotros nos censuran el protestar un cambio, mientras los muchachos de siempre rompen estadios y matan rivales a una tribuna de distancia sin que nadie "pueda" o quiera hacer algo. No nos vayamos al otro extremo, por favor. La libertad que tenemos de decir lo que queramos está siendo mermada, tal vez en un tiempo no podremos pararnos de nuestros asientos y debamos cruzar las piernas de cierta manera que al club le parezca correspondiente y correcta. Sacarán los tejidos que separan a los hinchas de los jugadores promocionando que Nacional tiene cultura y sabe comportarse, mientras contratan un ejército de neandertales que aplicarán el silencio a diestra y siniestra a quien quiera expresarse.

                Por favor, pensemos antes de actuar  y no generemos violencia enarbolando la bandera de la “no violencia”. Entiendo que ésta no es la manera. Seamos, de una vez por todas, coherentes.

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