Imaginate un
hombre que vive para su familia. Un hombre que supo trabajar 22 horas por día
para que a ellos nunca les faltara absolutamente nada. Un hombre que bendijo a
su familia con el
conocimiento de Dios heredado de su madre, haciendo elevar la mirada al cielo a
sus seres mas queridos, para que sepan con certeza lo que es realmente verdadero e
importante.
Imaginate a un hombre dispuesto a todo por los suyos, un hombre
leal y bueno en todo el concepto de la palabra, capaz de poner la otra mejilla
si alguien supo equivocarse,
pero lo suficientemente fuerte para no dejarse pasar por arriba. Imaginate un
hombre capaz de levantarse cada mañana y SIN EXCEPCIÓN cantar mientras se
ducha, con una alegría tan envidiable como casi inexplicable, aún sabiendo que lo espera un día pesado y estresante en su trabajo y tal
vez no vuelva hasta altas horas de la noche.
Él es mecánico y sus manos son la
evidencia de una vida entera engrasado, golpeado por
fierros y cortado por tornillos, pinzas y clavos que no deberían haber estado
allí. Esas manos curtidas son la evidencia más vívida de su esfuerzo humano
inconmensurable para que no falte un
plato de comida, un abrigo, y algunos libros para ir a estudiar a sus 3 hijos que
esperan siempre su llegada a casa, junto con su compañera de todas las horas.
Esa casa que es testigo principal de cuanta anécdota pudo haber
escrito esta familia de cinco, que con el tiempo se convirtió en familia de
más. Imaginate a este hombre que llega a los límites de la bondad, y cualquiera
que lo nombre podrá comprobarlo al escuchar solo elogios de quien realmente lo
conozca.
No conozco hombre en esta tierra mas cerca del cielo.
Su vida entera es
y fue formar una familia, quererla, nutrirla, y verla florecer. Este hombre,
padre, esposo y abuelo, siempre dispuesto a ayudar desde donde sea a quien lo
necesite, cambiando una
lamparita que esta muy alta, arreglando una persiana o haciendo una mudanza, te
abraza y te cura una herida, te sostiene en tu peor momento, te cura el alma, y
sigue así como si nada.
Banca todos los mundos de una familia con sus brazos, y de nuevo, sigue así
como si nada.
Imagínate un hombre que se sabe dichoso de poder disfrutar a sus
nietos, que en sus ojos de alegría al hamacarlos se
le ve el alma riéndose a carcajadas. Imaginate un hombre que transmite valores
con una anécdota, un consejo o una frase, que tiene los principios donde
corresponden y los ejemplariza en cada acción
que toma, desde la mas pequeña a la mas gigante.
Imaginate un hombre que
mediante cuentos y anécdotas te hizo conocer a tu abuelo, su papá, como si de bebé te hubiera tomado en sus brazos, como si lo vieras a la cara hoy mismo,
cuando en verdad físicamente nunca lo conociste. Imaginate un esposo cariñoso y
atento, con defectos como cualquier ser humano, porque por mas que parezca un
super héroe, no lo es, o al menos lo oculta muy bien si por las noches sale a
combatir el crimen con una máscara y algún super poder.
Imaginate poder
compartir tus días con este hombre, con su humildad inmensa, con su corazón
gigante, con su paz que transmite paz y con su sonrisa cómplice que te
dice a cada paso: “Todo ya está bien”
Este hombre,
devoto de su familia y de sus seres queridos, dispuesto a dejar la vida en cada
jugada, para que, aunque tal vez él no llegue a verlo, su familia pueda ganar el
partido. Este hombre que es mi padre, un día contando un sueño que empezó como
anécdota pero terminó empapado en lágrimas, describió como en esa noche
mientras dormía se vió sentado en el muelle del puertito buceo, caña en mano,
donde tantas veces habría compartido tanzas, plomada y carnada
con sus amigos en incontables idas a pescar. Describió como al darse vuelta, vio
venir caminando a su padre, mi abuelo Narciso, caña en mano dispuesto a compartir una última tarde de pesca con su hijo mas chico.
Las lágrimas
brotaban de sus ojos mientras describía el abrazo inmenso que los fundía en
uno. Y las siguientes palabras que salieron de su boca, me
describieron mucho mas explícitamente su amor por mi abuelo, “el viejo”, que si se hubiera
pasado los siguientes diez años tratando de explicármelo, porque el cambiaba TODO, absolutamente todo, por un rato más con él: “No quería que el sueño terminara nunca más”
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