Si nos
ponemos a pensar, son solamente un puñado de personas que realmente podrán
elegir qué decir en los últimos minutos de su existencia. Solo ellos, que
llegaron a ese último momento sabiendo que son sus últimos suspiros de vida,
pueden enunciar las palabras que ellos ya saben serán las últimas, ya sea que
las tengan decididas hace años o se les ocurran en ese preciso momento. Aunque,
¿quién piensa en sus últimas palabras con anterioridad? Tal vez un ser
fatalista que ve constantemente la inminencia de su final, o un protagonista de alguna obra romántica de Shakespeare. La inmensa mayoría de nosotros pensamos que vamos a vivir para
siempre, o al menos que vamos a morir en una cama, grises y arrugados, habiendo
vivido plenamente todos los embates proporcionados por la vida, y sentimos en
lo mas inmerso de la parte más estúpidamente positiva de nuestro corazón, que
vamos a tener el tiempo suficiente de decir todo lo que siempre quisimos decir,
despedirnos de nuestros seres queridos, de nuestros perros, de nuestros mejores
amigos, resolver conflictos, hacer “esa” llamada, encontrar paz en la palabra.
Benditos quienes
tienen esa inmensa posibilidad de elegir cuales serán esas ultimas diez o doce
palabras, pudiendo así escribir el final de su propio cuento.
Para el
resto de nosotros, si la muerte nos tomara por sorpresa ahora mismo mientras tomamos
ese café en el trabajo, o bajamos en el ascensor del edificio, o incluso paseamos
al perro por la plaza, para nosotros, los ingenuos idealistas de la vida, esas
últimas palabras pueden haber sido lo último que ya dijimos, sin tener una
nueva chance de cambiarlo o corregirlo. Me imagino llegando al cielo al encuentro
con San Pedro y diciéndole: “por favor, mándame para abajo dos minutos más! Lo ultimo
que dije fue “buen día” a la vieja del 409 que nunca me fumé, déjame volver que
recito un cuento de Cortázar, o por lo menos puteo a la vieja”
Siempre pensé
que mis últimas palabras irían dirigidas a mi esposa, a mis hijos, tal vez a
mis nietos. Que serían palabras solemnes que ellos siempre recordarían y utilizarían
de consejo para sus amigos en momentos difíciles, iniciando esas conversaciones
como “mi abuelo me dijo justo antes de morirse….”, palabras que llegaran al
corazón sin escalas de todos quienes me quieren bien.
Aunque si
hoy fuera mi ultimo día sobre la faz de la tierra, y si este fuera mi último
minuto respirando el oxígeno debajo de esta entrañable atmósfera, mis ultimas y grandilocuentes
palabras serían: “si lo batís bien, hace espuma..."
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