Llegué tarde del
trabajo y mi esposa y mis dos hijos me esperaban en la mesa para cenar. Saludé
y vi los platos servidos con tortilla de papa. Nunca fui fanático de la tortilla
de papa, son papas pegadas con huevo yo que sé, y se me ocurren muchas otras
maneras de comer la papa mucho más ricas. Pero cuando yo era chico y mi padre
llegaba tarde de trabajar y comíamos la tortilla hecha por mi mamá, mi papá
siempre decía eufórico: “que buena tortilla de papa, está para chuparse los
dedos, de las mejores comidas que existen” y yo lo repetía asintiendo con cara
de fanático. Tal vez porque nuestro padre es nuestro héroe cuando somos chicos estamos
dispuestos a mentir hasta a nuestro paladar con tal de ser lo más parecidos a
él posible. Y es por eso que por más que no me mataba la tortilla, asentía a
sus comentarios como si estuviera comiendo mi última cena. Yo podría vivir sin
tortilla de papa a partir de hoy mismo y nada cambiaría en mi vida en absoluto,
pero cruzar aquella mirada de felicidad de mi padre mientras masticábamos la
papa de aquella tortilla, valía la mentira a mi paladar y a cualquier otro
paladar que hubiera que mentirle.
- Amor, ¿cómo
quedó la tortilla? – la voz de mi esposa me volvió de un tirón a la mesa.
- Sonreí y miré a mis hijos - ¡Está para chuparse los dedos! ¡De las mejores comidas
que existen!
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