Los veranos con amigos, las salidas los fines de semana o una ida al interior, son todas ocasiones para sacarnos fotos para el recuerdo. Fotos que muchísimas veces, en una era totalmente digital y tecnológico-dependiente, nunca vamos a volver a ver. Y quedan archivadas en una carpetita rotulada “fotos varias” o “verano 2003”, en un rincón de nuestra computadora pidiendo a gritos una miradita. La era en que vivimos, en la cual podemos tomar diez mil fotos por minuto sin tener ningún problema de almacenamiento, nos hace perder la importancia que las fotos tuvieron alguna vez para nuestros padres y más aún para nuestros abuelos. Los portarretratos de ésa foto única que veíamos y nos hacía rememorar un momento especial se cambiaron por portarretratos digitales con 8 Gigas de fotos sin sentido y al azar exhibidas frenéticamente cual final de “Hangover 1”.
Es así que de esas diez millones de fotos que yacen en nuestro disco duro, alguna vez elegimos una que nos parece especial. Una foto de casamiento con nuestra esposa o una en la playa con amigos en un verano único. Y las imprimimos y compramos un lindo portarretratos para encuadrarlas, o simplemente la pegamos en la heladera con el imán de Acodike. El tema con estas fotos es que nos centramos en ver el cuadro principal, las dos caras felices de dos personas que se casan o de cinco amigos que están en la playa de la paloma jugando al tenis-pie. Pero muchas veces, si vamos un poco más allá y vemos el fondo, siempre queda alguien que sale de rebote, que muchas veces ni siquiera estaba viendo a la cámara pero estaba ahí. Alguien que capaz conocemos, pero muchas veces no.
Es así que me surge preguntarme, en cuántas fotos que son de otros estaré yo atrás, con cara de nada, arruinando una foto que está en este momento colgada de alguna heladera de una familia hace ya unos cuántos años? Miremos nuestras fotos detenidamente y encontraremos, como quién busca a Wally, detrás de los protagonistas de las fotos, a la gente que no tenía nada que ver pero está ahí. Un mozo del bar donde comíamos, una señora que se le voló la sombrilla en la playa y corre a buscarla mientras nuestra foto de perfil de Facebook salía metiendo panza y sacando pecho, o una mina descolocada de la excesiva ingesta de alcohol con cara de Gollum en un boliche a las 6 am.
Imaginémonos la cantidad de fotos en mesitas de luz, heladeras, cómodas y cuadros en las que nuestras caras y gestos quedaron plasmadas, pero en fotos que no son nuestras. Tratemos de visualizar los comentarios de quienes tienen esa foto como preferida y en un lugar especial: “¿Quién será el gil que sale atrás que hace que toca la pandereta imaginaria en nuestra foto en Azabache por la despedida de aquella amiga?” o “¿Qué será de la vida de ese muchacho que hace 3 años tenemos en la foto familiar de la playa en la cómoda de la abuela, haciendo un gesto de barra brava tomándose los testículos y haciendo el símbolo de rock con la otra mano?”
Bueno señora, señor… las disculpas del caso, ese muchacho soy yo. Y lamento que tenga que verme la desquiciada cara día a día al abrir su heladera para sacar la leche para el desayuno. Prometo, la próxima vez, pedirle la cámara para sacar la foto.
Comentarios
Publicar un comentario